

Es muy conocida esa nota de prensa en clave jocosa que anunciaba que La orquesta filarmónica de Moscú después de una gira por Occidente había decidido cambiar su nombre: se llamaría en adelante Cuarteto soviético. Aunque exagerado, expresa muy bien no sólo la dificultad que los artistas tenían al otro lado del Telón de acero, sino también las contradicciones de la historia del arte europeo antes y después de la caída del muro. Dos mundos aislados entre sí, estaban produciendo un arte diferente, a pesar de la unidad cultural común que había existido durante milenios en estas tierras artificialmente separadas. En el este, predominaba un arte académico, técnicamente muy competitivo pero creativamente limitado, como toda cultura que sobrevive en un clima de imposición autoritaria. En Occidente, también por contraposición a lo que ocurría en Oriente durante la guerra fría, un arte que ponía todo el peso en la libertad sin límites, con la consiguiente pérdida de otros aspectos, como es la maestría (el oficio heredado de generación en generación) y la profundidad de los mensajes. Esto es especialmente evidente en la pintura, pero se daba también en el cine y la fotografía.


En lo que al cine respecta, la censura obligaba constantemente al recurso al simbolismo, con grados de maestría impensables en Occidente. Pueden ser ilustrativas las declaraciones de Krzysztof Kieslowsky, sobre el modo en que conectaba con el público más allá de los obtáculos políticos, precísamente por la existencia de estos obstáculos:
Era un juego. Una especie de eslalon de ski. Ellos plantaban los jalones, y a nosotros nos tocaba descender. Ellos disponían los piquetes de forma cada vez más inteligente, y nosotros esquiábamos y los eludíamos cada vez mejor. Así es cómo establecimos la comunicación. Enviábamos un mensaje que el público asimilaba. La censura tenía las manos atadas. Simplemente no veía la señal en la película. Aquello creó cierta simpatía, y, a decir verdad, una postura inmejorable para nosotros. Quiero decir, que el público nos entendía más allá de nuestra intención. Era fantástico: teníamos a un público propio. La gente acudía a ver nuestras películas haciendo que nuestras ideas concordaran…. Hoy en día la censura ha terminado, de modo que todo ese modo de comunicar ya no sirve de nada…
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