Es muy conocida esa nota de prensa en clave jocosa que anunciaba que La orquesta filarmónica de Moscú después de una gira por Occidente había decidido cambiar su nombre: se llamaría en adelante Cuarteto soviético. Aunque exagerado, expresa muy bien no sólo la dificultad que los artistas tenían al otro lado del Telón de acero, sino también las contradicciones de la historia del arte europeo antes y después de la caída del muro. Dos mundos aislados entre sí, estaban produciendo un arte diferente, a pesar de la unidad cultural común que había existido durante milenios en estas tierras artificialmente separadas. En el este, predominaba un arte académico, técnicamente muy competitivo pero creativamente limitado, como toda cultura que sobrevive en un clima de imposición autoritaria. En Occidente, también por contraposición a lo que ocurría en Oriente durante la guerra fría, un arte que ponía todo el peso en la libertad sin límites, con la consiguiente pérdida de otros aspectos, como es la maestría (el oficio heredado de generación en generación) y la profundidad de los mensajes. Esto es especialmente evidente en la pintura, pero se daba también en el cine y la fotografía.
En lo que al cine respecta, la censura obligaba constantemente al recurso al simbolismo, con grados de maestría impensables en Occidente. Pueden ser ilustrativas las declaraciones de Krzysztof Kieslowsky, sobre el modo en que
conectaba con el público más allá de los obtáculos políticos, precísamente por la existencia de estos obstáculos: Era un juego. Una especie de eslalon de ski. Ellos plantaban los jalones, y a nosotros nos tocaba descender. Ellos disponían los piquetes de forma cada vez más inteligente, y nosotros esquiábamos y los eludíamos cada vez mejor. Así es cómo establecimos la comunicación. Enviábamos un mensaje que el público asimilaba. La censura tenía las manos atadas. Simplemente no veía la señal en la película. Aquello creó cierta simpatía, y, a decir verdad, una postura inmejorable para nosotros. Quiero decir, que el público nos entendía más allá de nuestra intención. Era fantástico: teníamos a un público propio. La gente acudía a ver nuestras películas haciendo que nuestras ideas concordaran…. Hoy en día la censura ha terminado, de modo que todo ese modo de comunicar ya no sirve de nada…
En 1990 un sector del muro fue transformado en la mayor galería al aire libre del mundo, la East Side Gallery (en el barrio Friedrichshain, al lado de Mitte), declarada monumento nacional 1991. Aquí estaban algunos de los más famosos graffiti del muro como por ejemplo el “Bruderkuss” (beso de hermanos) entre Leónidas Breznev y Erich Honecker, jefe todopoderoso y gobernante de la RDA. Su autor, el ruso Dimitrij Vrubel agrego a su graffiti un poema escrito en ruso que quiere decir “Dios mío, ayúdame a sobrevivir a este amor mortal”. Este artista ha sido uno de los más reacios en colaborar a la labor de restauración propuesta por las instituciones para celebrar la conmemoración de los 20 años de la caída del muro. Entre otras cosas, porque no se trata de una restauración sino de una recreación original, sobre un nuevo muro compactado y blanqueado.
De nuevo, las contradicciones del arte occidental hacen del muro un símbolo de separación, esta vez entre los 118 artistas que pintaron en él, o los que aún siguen vivos. Entre estos últimos, unos han tenido más éxito que otros, y piden ahora cobrar por su trabajo. Esto es, cobrar como creador por un mero trabajo de copista (aunque sea de la propia obra, en el mismo sitio en el que esta se encontraba), trabajo que hicieron entonces desinteresada y comprometidamente. Por lo menos siempre nos quedará una fotografía, y en este caso todas las copias son originales.